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MITÚ

VAUPÉS

ENERO 2024

 

A Rodrigo López lo conocí por primera vez en el primer Encuentro de Alfarería Ancestral que hicimos en la Reserva La Tigra en la Sierra Nevada de Santa Marta. Allí quedé fascinada por toda su cosmogonía y respeto alrededor del oficio del barro y prometí ir a visitarlos pronto. Desafortunadamente pasaron dos años antes de poder concretar el viaje a Mitú para conocer su territorio, y a su esposa Lucia  quien es realmente la alfarera de la casa. Aunque Rodrigo también se pone frente al barro, luego entendí que su tarea en el taller es recolectar y procesar la arcilla, y hacerse cargo de la quema en leña. Rodrigo también es el puente de comunicación entre su núcleo familiar, los compradores y visitantes.

Rodrigo y Lucía viven cruzando el Río Vaupés al frente de Mitú. La comunidad Cubeo, de la cual ellos hacen parte, está organizada a lo largo de esa orilla y varios de sus familiares y compadres también son alfareros y artesanos. Además de trabajar la arcilla, los hijos de Rodrigo y Lucía hacen bancos de pensamiento y otros objetos en madera. La familia también comercializa cestería y objetos tradicionales hechos por otras personas de su comunidad. 

 

Lo más impresionante de este territorio es la selva que lo rodea y contiene. Desde el avión pude ver grandes extensiones de selva y varios ríos que serpentean en el medio de este vasto ecosistema. Una vez aterricé, su humedad y calor me abrazaron. Apenas llegué, Rodrigo y Lucía  me estaban esperando en Mitú y cruzamos a la comunidad en su chalupa. Al llegar nos encontramos con su maloca tradicional, pintada con símbolos Cubeo en tierra y pigmentos naturales. 

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Tradicionalmente, antes de salir a cualquier travesía por la selva, los Cubeo hacen un rezo con Carayurú para protegerse de cualquier peligro. Rodrigo me aplicó este pigmento en la cara y algunos lugares del cuerpo, y le pusimos la mejor intención a nuestra misión. Después de visitar Puerto Golondrinas, otra comunidad alfarera de la zona, nos fuimos en busca del barro azul a orillas del río Cuduyarí. En la superficie fue muy fácil encontrar barros rojos, rosados, naranjas y amarillos. Pero para encontrar el barro azul, fue necesario meternos al río y excavar cerca de la orilla a unos dos metros de profundidad. Me sorprendió el contraste de colores de sus barros y la certeza de Rodrigo cuando encontró el tono de azul que estábamos buscando. A pesar de la lluvia, también me metí a recolectar muy entusiasmada. Muy pronto, se asomó una pequeña culebra y me miró fijamente a los ojos. Rápidamente me salí y Rodrigo y Lucía se rieron de mí y me explicaron que era inofensiva, pero entendí que el rezo que me habían puesto antes de salir era muy importante.

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Cuando volvimos a su casa y taller, Rodrigo y yo nos pusimos a preparar el barro. Él lo mezcla con la ceniza de un árbol que llaman Joropenake (palo de cemento) para darle resistencia al choque térmico, plasticidad y durabilidad (no le funciona mezclando otra ceniza). Éste entendimiento del proceso me hace pensar en lo valioso de las experimentaciones, de la prueba y error, y cómo aprendemos de ello. Seguramente, los antepasados de Rodrigo experimentaron con varias cenizas de otros árboles, antes de entender que únicamente el Joropenake servía para esto. La proporción para la mezcla, es dos manotadas de ceniza cernida por una de barro, y la mezcla a mano en una caneca plástica cortada horizontalmente por la mitad. Los barros de otros colores (rojos, blancos, naranjas, negros y amarillos) que encuentran sobre la orilla del río los vuelven engobes y los usan para pintar sus símbolos. Adicional a esto, hacen un engobe verde con una reducción de hojas de chontaduro, que cocinan a fuego lento en su estufa de leña. 

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La técnica de construcción que usa Lucía para hacer sus vasijas, ollas, tinajas y demás objetos es muy parecida a otras que usamos en nuestros talleres en la ciudad y en otras comunidades. Ella empieza haciendo una placa o base, que después reposa sobre la torneta, ésta siendo una herramienta que se ha incluido recientemente a su técnica. A continuación, empieza a hacer rollos gruesos de barro, que va agregando y adhiriendo con los dedos. A medida que va creciendo la figura, Lucía la va puliendo con sus dedos y herramientas similares a otras que he visto en varias comunidades como pedazos de totumos, tusas de mazorca y recortes de botellas plásticas. La que si no había visto antes es la escama del Pirarucú, un pez que habita los ríos de este territorio. Lucía la usa para pulir las formas de las vasijas. Cuando las piezas están secas, le pinta diseños con los engobes previamente preparados por Rodrigo. Los diseños hacen parte de su cosmogonía Cubeo, en donde a través de líneas, puntos y símbolos, representan figuras como la maloca, la casa para preparar el casabe, las mariposas, los caminos de hormigas, la anaconda y otros animales de la zona. Una vez pintados los diseños, toda la familia se dispone a bruñir las piezas con piedras del río y otros elementos no porosos que están a su alcance como una cuchara o una bolsa plástica. 

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Con Rodrigo revisamos sus dos hornos de leña, pues uno es muy pequeño y el grande no llega a la temperatura deseada. Como este es un tema que me ha interesado mucho los últimos años, estuvimos buscando posibles soluciones a este problema. Desafortunadamente no presencié la quema de leña en ninguno de los dos, pero desde entonces hemos estado soñando con la posibilidad de ayudarle a construir un mejor horno para sus piezas.

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